martes, 28 de xuño de 2011

mi primer viaje de trabajo

el vuelo
Ayer emprendí mi primer viaje de trabajo. Estaba emocionada ante la perspectiva de conocer a las personas que ocupan mi puesto en las otras plantas de la empresa. La excusa es un curso de "Couseling laboral" que se daría en una planta que está cerca de Barcelona. Y para eso hay que coger un avión, lo que tiene varias dificultades. Primero, el equipaje de mano, que en la compañía aérea donde me habían reservado el vuelo son muy estrictos. Al final la maleta pasó sin problema.
Pero antes de poder embarcar en el avión, pasó algo muy típico de aquí; un retraso en el vuelo. Al final hemos salido una hora más tarde. Comienzas ha realizar tus cálculos temporales y ya ves que el poder cenar es más arriesgado. Esperas pacientemente al avión que aún debe aterrizar de un viaje anterior. Llega. Ves como bajan los pasajeros que trae, e resulta que es a pié de pista. ¡Madre mía!, vamos a tener que bajar a la pista para subir al avión por esa horrible escalerilla. Vas embarcando y para mayor seguridad esperan que estemos todos abajo, con nuestra ropa de veranito y una niebla de media tarde y un aire curiosamente frío pasando fresquito, lo ideal para pillar un pequeño constipado. Allí estás tú esperando a que den la orden para que desfiles en fila (más o menos india, menos que más) hacia la escalerilla mientras piensas si les daría tiempo a pasar las respectivas comprobaciones rutinarias entre un vuelo y otro. No sé si eso les dio tiempo, pero lo que ves que no les ha dado tiempo es a limpiar la cabina, estaba sucia.
Llegas por fin al avión, le sonries a la auxiliar de vuelo que te comprueba de nuevo la tarjeta de embarque, ves que es extranjera y te preguntas si sabrá hablar español. (Inciso: no es la primera vez que viajo en un vuelo nacional y auxiliares de vuelo no saben ni papa de español). Durante el vuelo comprobé que sí, con acento marcado pero sí. Vamos por el pasillo, este no me gusta, venga este, ¡ai, leches! que aquí no se puede guardar el equipaje que está roto, aquí, me da un poco igual que sea en ya en la ala.
- Mira perdone, me puede ayudar a subir la maleta- le pregunto al auxiliar de vuelo.
- No es mi trabajo. Sino tendría que subir 155.
Me retrasan el vuelo, me hace pasar frío y ahora esto. - No puedo coger pesos que estoy enferma del corazón. Me salió del alma. No suelo usar mi corazón como disculpa, pero ya estaba cansada, con hambre y con unas ganas de llegar al hotel increíble.
Lo mejor del vuelo han sido los paisajes, tanto el diurno como el nocturno, como si fuesen vistas del google earth, eso si, cuando las nubes que estaban por debajo del avión dejaban verlo. Cuando estábamos cerca de Barcelona, ver todas esos ríos de luces que me recordaban a algunos documentales que nos enseñaban para explicarnos las sinapsis de las neuronas. ¡Maravilloso!

la odisea para llegar al hotel
Después de recorrer metros y metros de pasillo para llegar a la "sortida" (salida en catalán) para coger un taxi que por fin me llevase al hotel y cenar, pasó lo que yo llamo la odisea para llegar al hotel. 
Me subo al taxi que me corresponde y le digo el hotel y la dirección. Me dice que no sabe donde está. Llamamos al hotel y una amable chica nos dice la autovía y la salida a coger, indicaciones que me parecía claras, pero me dio que el taxista se las estaba pasando de largo, pero digo, sabrá atajos para llegar al pueblo. Mientras hablamos un poco de lo típico, y resulta que es gallego, incluso nos ponemos a charlar en gallego. Llegamos al pueblo en cuestión y comienza a dar vueltas, al final paramos en una gasolinera y le dirigen, pero me parece que tampoco sabe mucho, y vueltas, preguntamos a un par de personas más y nada, al final le dicen que el hotel no está en ese pueblo si no que en uno de al lado, pero tampoco llegamos. El taximetro subía y subía, el tío ni GPS ni para pagar con tarjeta, ¡en el siglo XXI! Luego, le dije que me llevase al pueblo que ya llamaría al hotel para que me mandase un taxi. Pero ya no sabía salir de allí, estaba totalmente desorientado. Y para aquello era todo polígonos industriales, por lo cual comienzas a pensar de lo peor. Yo apunto de darme un infarto (figurativamente exagerado), y vimos un cartel; - Por   ahí le dije.
Ya entramos al pueblo de donde era el hotel, pues nada, busca un banco para poder pagar. Al final se conformo con lo que tenía en la cartera, que no era poco, me bajé del taxi, me bajó la maleta, y nada más arrancar me dio un ataque de llanto ansioso tremendo. Unas personas, que estaban en una terraza comenzaron a preguntarme, y yo entre llanto y llantazo intentando explicarle que había sucedido. Me dijeron que fuese a los "mosos de squadra" (1. pido perdón si lo he escrito mal y 2. es la policía autonómica de Cataluña). Primero fuí a un cajero, y menos mal. Llorando sin casi poder calmarme, me dirigí al cuartel y entro un poquito más calmada. Me dirigo a uno de los mossos que están en la recepción e intento explicarle la situación. Lo intento, porque entre la llantina que llevaba y que el señor solo era capaz de decirme en voz alzada; - Cálmese señora- A lo que yo acto seguido siempre me pongo peor. Pues como puedo le describo la situación y que por favor me den el numero de los taxis, y va el tío y no me pregunta si tengo dinero. Vale que tendría los ojos muy mal, pero creo que de loca aún no tenía pintas. Le dije que sí, pero insistió, incluso que pidió que lo mostrase. Yo toda ofendida, que dije que tenía dinero, el billete de avión, lo del hotel, y él con su cálmese. Al final me solicitó el taxi.
Llegó el taxista. Ya no lloraba, pero fue subirme, y cuando le quise decir donde quería ir, ¡ele!, llantina de nuevo. El taxista alucinado. Le pedí perdón y le expliqué lo que me acababa de pasar, a lo el taxista, empatizó conmigo, se solidarizó y aunque no directamente me relajó con su comprensión. Su calma fué lo mejor de la noche.
Deciros que llegué al hotel a las 12:35 y no pude cenar, porque no había donde.

mércores, 22 de xuño de 2011

22 de junio

Hoy es 22 de junio. Para muchos no es una fecha muy especial. He de decir que para mí debería ser más especial de lo que es, o por lo menos acordarme de ella, pero no.
Hoy llegué a casa, y aún no había ni soltados los bolsos el teléfono sonó, era mi madre. "¿Sabes que día es hoy?" Recordé que había puesto la fecha varias veces en trámites de mi trabajo, y enlacé con la fecha, y luego, de pasar a ser un día cualquiera, pasó a ser el día en que mi fontan cumple 21 años. Algunos le sorprenderá que no me acuerde de tal fecha. Creo que solo el primer año me dí cuenta de ella, luego pasó a ser un día cualquiera en mi vida, y así fué hasta el año pasado. 
Si, tal día como hoy, el año pasado, mi madre puso langostinos en la mesa para comer. Me sorprendió. Mi primer pensamiento fue "deberán estar de oferta en el mercado", pero le pregunté: - ¿Que celebramos?. Me respondió con toda la naturalidad: "Que haces 20 años que te has operado". 
Yo nunca he celebrado, ni creo que lo haga este año de forma especial. Sin ánimo de ser vanidosa, sé que tengo muchas cosas que celebrar. Estoy agradecida de la vida que tengo, y ahora que voy conociendo a más gente, sé de la suerte que estoy teniendo, tengo una carrera que me costó sacar, pero la tengo, ahora tengo un trabajo, un montón de amigos, unos mucho más íntimos, una gran familia que sacrificó mucho, a mi pareja.  He vivido una año en Granada, que fue de lo peor y de lo mejor que he vivido. He viajado, he conocido muchas de las ciudades españolas, muchos pueblos, y un par de ciudades del extranjero.
Quizás no corra maratones, ni haga escalada, ni pueda jugar un partido de tenis contra mi admirado Nadal, pero tengo mucho que agradecer a mucha gente, tanta que seguro que me olvidaría de la más de la mitad.
No lo celebraré, ni el año que viene, pero si llego a 25, la celebración será memorable, o se intentará que sea memorable.

sábado, 18 de xuño de 2011

dentista

Estoy en un bar de mi pueblo, que se va modernizando y ya tenemos cafeterías con WIFI, bueno vale, aquí no estamos muy atrasados. Vine a la aldea porque mi dentista trabaja cerquita da aquí. Es mi dentista desde niña, una argentina que tiene acento pero habla cada vez más español con expresiones gallegas. Hoy me sorprendió con un "mallado!" (expresión gallega que equivale a ¡perfecto!). Sabe ya mis pecularidades, ya me conoce, conoce mi boca, y conoce mi pereza con la higiene bucal, que poco a poco ha conseguido cambiarla.
Deciros que odio ir a la dentista, por muy bien que me caiga la doctora, y lo buena que sea. Odio tener a boca abierta y reseca durante mucho tiempo. Y luego ves todos los aparatos que nos meten en la boca: agujas de anestesia, brocas, alambres, algodón, papel. Esta es la segunda sesión de una muela, y le falta una para tapar el tremendo agujero que le hizo para la endodoncia. Y luego me toca otra y la limpieza, ¡a mano! que por tener marcapasos, nada de limpieza con ultrasonidos. Cuando me hace la limpieza parece que está escavando las cuevas del la prehistoria.
¿He dicho ya que odio ir al dentista?. Para hacer todo eso, por tener una cardiopatía, una hora antes me tengo que empastillar de amoxicilina, y seis horas después otra ración. Porque esa es otra, cada pequeña operación de sangrado que se tenga, profilaxis para evitar una casi improbable endocardistis, improbable, que no imposible, así que anda a tomarte un carro de pastillas, aparte de las que ya te tomas.
¡Que sí! ¡Que odio ir a la dentista!, que para colmo de males, después de empastillarte para la profilaxis, y de meterte de todo en tu boquita, va y te hace pasar la tarjeta de crédito por la maquinita, que al final hasta puede dar un poco menos de susto que si pagas en efectivo, y te pones a contar billetes.
Lo siento por mi dentista, pero odio ir a visitarla por motivos profesionales.

domingo, 5 de xuño de 2011

vacaciones (capítulo tres)

La tercera parte de mi viaje ha sido, como ya sabéis, a Huelva. Uno de mis objetivos en esa visita era ir a la playa. Objetivo conseguido. Los dos días que estuve allí me fui a la playa, donde como todos los veranos el primer día me puse como un camarón (según mi hermana), un langostino (según mi pareja), como un salmonete (según mis amigas de Huelva). Está claro, que este tipo de comparaciones debe ir por barrios o pueblos.
Me llevaron a una playa de un pueblo que se llama Punta Umbría. Nos situamos en el medio de la playa, kilómetro arriba, kilómetro abajo, porque sí, esa playa se mide por kilómetros. De cierto, cuando miraba a mi izquierda estaba lejos, muy lejos el extremo, casi ni se distinguía, el mismo efecto que cuando giraba mi cabeza hacia la derecha. Si a esto le añadimos aún apenas había gente, aquello parecía un paraíso.
Un paraíso con una temperatura en el agua increíble. Si eres de Galicia como yo y logras bañarte en nuestras aguas, que la mayoría de las veces está congelada y el resto fría, excepto ese día que confirma la regla. Pues como iba diciendo, si estás acostumbrada al baño en aguas gallegas, aquellas aguas frescas es de lo mejor que se puede disfrutar en los días de calor, fresquita pero no pincha. Me pasé un montón de tiempo jugando en el agua como una niña pequeña, bueno sí, como la nena pequeña que soy a veces. Uffff, cuanta agua me he tragado con tanta ola, creo que me sobrepasé en la carga de sal de tres meses.
Quién lea esto, se pensará que solo he ido a Huelva por la playa. No, también ha ido para disfrutar de las cenar en las terracitas sus gambitas, placeres que en Galicia por el clima son más difíciles de disfrutar. Estar en una terraza, con tus amigas, con un solo vestidito, sin frío y unas gambitas sin sal, no tiene precio.
Ya veis, me he pasado unas vacaciones típicas: fiesta, playa, dormir y comer y siempre en buena compañía. ¿Qué más puedo pedir?

 

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