xoves, 1 de novembro de 2012

1 de noviembre

Hoy es 1 de noviembre, en mi país, como en muchos otros es día de todos los santos, víspera del 2 de noviembre, obvio diréis, día de difuntos. En todas las culturas que conozco en estos días, ya desde la noche de ayer, todo las costumbres están en relación a la muerte. Incluso la americana Halloween, que se podría decir que es de alegría y celebración, está relacionada con la muerte. Es verdad, que cada vez, la alegría de Halloween nos invade, nada más triste que lo que pasó anoche en Madrid en una macrofiesta que celebraba tal acontecimiento. Pero, se pongan como se ponga la invasión americana, las costumbres de nuestra tierra en esté días es ir al cementerio a visitar a nuestros difuntos.
En estas fechas, los cementerios se inundan de personas que limpian las lápidas de sus familiares y las llenan de flores, luces y cirios. A veces, porque se está más lejos, por que es imposible por la vida tan ajetreada que llevamos o por pura desidia, es el único día que acudimos al cementerio a ver a nuestros familiares difuntos. Sea por lo que sea, el día de hoy, en los cementerios se quedan pequeños los aparcamientos.
De pequeña, durante unos años, tuvimos esta costumbre con mi padre. Nos llevaba al cementerio de la parroquia donde el nació. Allí estaba enterrada una abuela que nunca conocí ya que había fallecido seis meses antes de haber nacido yo. Una hermana que había fallecido joven a causa de una enfermedad cuando aún no había nacido ni la última de sus hermanas. Lo sé porque en la familia de mi padre, tienen la costumbre de poner el mismo nombre a otr@ de l@s hij@s si nace posteriormente. Costumbre que mi tía conservó cuando puso el mismo nombre a la hija más pequeña de aquella primita mía que falleció con solo dos meses de la muerte súbita infantil. Allí ibamos, la tarde del día 1 de noviembre, cuando ya el sol comenzaba esconderse. Lo recuerdo porque me gustaba, me gustaba que mientras paseábamos por el cementerio para visitar los distintos nichos familiares, la tarde oscurecía, y las bombillas que se ponían a lo largo del cementerio en los nichos parecían coger intensidad aquellas pequeña bombillas, hasta la flores parecían más vivas. Si se piensa bien, no es un sitio muy alegre, pero ese día sin duda es un acto íntimo y un punto de encuentro social, porque a través del paseo se ve como se concentran distintas personas en corrillos, hablando de la vida cotidiana o de las personas que ya no forman parte de esa vida cotidiana. Aquello me gustaba, tenían un cierto encanto. Cuando crecí, perdí esa costumbre de ir el 1 de noviembre al cementerio. 
Pero hoy volví. Ya no era mi padre el que me llevaba para visitar los distintos nichos de su familia. Hoy me tocó visitarlo a mi. Fuimos mi madre y yo, con un montón de flores. Allí encontramos el nicho de mi padre, con otro montón de flores. Limpiamos y preparamos, arreglamos las flores y las plantas, pusimos un cirio. Mientras me acordé que de pequeña era el quién me llevaba tal día como hoy al cementerio. No sé si es la edad, o que no voy con él sino a verlo a él. El cementerio ya no me tiene el mismo encanto, ni las flores, ni las luces, ni los cirios. 

 

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