domingo, 22 de xuño de 2014

vienticuatro en el cámping


Hoy, hace 24 años que me han realizado la Fontán. Mi madre siempre e felicita diciendo los años que cumplo. Hay que decir que si no es por ella, yo hoy no me daría cuenta del día que es. 
Este año celebro en uno de mis sitios favoritos en estos últimos años; el Camping "Playa América". La primera vez que vinimos fue de rebote, debido a que el camping al que íbamos a ir estaba cerrado. Entonces llegamos aquí y pasó el extraño fenómeno de la barrera. No se sabe que pasa de la barrera hacia adentro que engancha como una droga. No somos los únicos, en este camping la mayoría ya se conoce de tiempos inmemoriales, van de generación en generación, infantes que ya han nacido aquí traen a sus propios hij@s. A nosotros ya nos conocen, debido a una gran anécdota que ahora os pasaré contar mientras voy picoteando unas cerezas, muy típico de camping.
La segunda vez que vinimos al camping, fue en agosto de 2012. En el camino desde Santiago de Compostela ya lloviznaba un poquito, pero no parecía cosa muy preocupante. Llegamos, realizamos la entrada (en algunos sitios dirían check-in) y pasamos la barrera. Bajo su efecto, en principio, ya nos daba igual hasta que lloviznara un poquillo. Ahora si, se comenzó a montar la tienda, y cayó la del quince y medio, es decir, que mi pareja tuvo que montar la tienda lloviendo a cántaros. Después de la gran mojadura y una vez que terminó, paró de llover de todo y no volvió a llover en toda nuestra estancia.
Mientras llovía y llovía, y seguía lloviendo, la gente que pasaba no solo miraba. Nos sorprendió la cantidad de personas que sin conocernos de nada comenzó a ofrecernos de todo, incluso dormir esa noche en un caravana. Ni en mi edificio, que somos seis vecinos nos ofrecemos tanta ayuda unos a otros. Ni que comentaros, que el año siguiente cuando volvimos, ya sabían en medio camping que la pareja de Santiago estaba realizando la entrada, pero con solazo para montar bárbaro.
Me encanta este camping, ya no solo porque tenga una playa fantástica a 200m, lo que es un puntazo, sino por ese ambiente tan familiar que tiene. Es como estar en un pequeño pueblo.

P.D.: El camping se inaguró el  1 de julio de 1975. Aún yo no había nacido ni la primera vez.

P.D.2.: Está lloviendo, pero me da igual.

martes, 17 de xuño de 2014

el no viaje a París

Aquí me encuentro hoy en mi segundo día de vacaciones. Sentada en mi sofá con un rico capuchino cancelando el viaje a París. Era un viaje esperado y deseado, en compañía de mi madre y unas amigas.
Personalmente, deseaba ese viaje por lo mucho que significaba para mi madre esa ciudad donde vivió doce años de su vida. Me atrevería a decir que fue una de las épocas más felices de su vida. También me atrevería a decir que más de una vez se arrepintió de volver a su tierra. Pero los de Galicia somos así, la morriña a la tierra hace que antes o después volvamos.
Para mí era muy especial el viaje. Volvía a la ciudad donde he nacido. Me vine para España con cinco años. No es que tenga grandes recuerdos de París, pero por mi memoria andan sueltas imágenes nítidas de la casa donde vivíamos, e incluso del parque al que nos llevaba mi padre a jugar.
En particular, del parque recuerdo que era de arena, todo de arena, no un cajoncito como el que ponen ahora en algunos parques, no todo el suelo de arena como si fuese una playa. Por eso te llevabas tu cubo, tu pala y tu rastrillo como si fueras a la playa, pero en vez de bañador, igual hasta ibas con abriguito. En ese parque había dos toboganes. Uno grande, muy grande (véase muy grande desde la perspectiva de una niña de cuatro años) y otro pequeño. Claro está yo iba al pequeño. 
El piso tenía una moqueta color rojizo-granate, las paredes de papel con flores, que mirado desde la distancia, muy bonito no era. El salón tenía un sofá cama de color azul oscuro, una mesa redonda que donde se comía, una pequeñita tele que aún vino a España. La máquina de tricotar donde recuerdo a mi madre trabajar horas y horas, y el ruidito ras-ras de un lado para otro de la máquina. También recuerdo un mueble al que mi hermana aprendió a subirse para comerse terrones de azúcar. El baño era chiquitín y verde musgo. Una cocina también chiquitina donde solo recuerdo donde estaba la lavadora. Lo que menos recuerdo es la habitación donde dormía yo. La recuerdo siempre oscura, con unos cortinones que cerraban el superventanal que tenía cortando la esquina del edificio. Vista desde la distancia, muy tétrica, casi de peli de terror.
Comentaros que un de las cosas maravillosas que tiene el internet, es que puedes buscar de una forma u otra cosas del pasado. Un día nos abrimos el google tierra (léase google earth) y buscamos si aun existía ese edificio viejo donde estaba el apartamento en el que vivíamos en París. Si, sigue ahí, igual que hace más de veinte años, igual de viejo que de aquella, y sospechamos que con la misma puerta de madera. 
No tengo que deciros que uno de las paradas turísticas de París sería esa vieja puerta. Y los que me conoceis, seguro que os imaginareis un selfie en la misma. Mal me pese tendrá que esperar. Quizás el año que viene las cosas salgan bien, y podraís ver la entrada de mi "si viaje a París"
 

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