sábado, 26 de febreiro de 2011

el miedo

Según la wikipedia, el miedo se define como: "una emoción caracterizada por un intenso sentimiento habitualmente desagradable, provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza, y se manifiesta tanto en los animales como en el ser humano."
Heredamos esa emoción básica del instinto animal que como tales aún conservamos del miedo al depredador, una emoción, que hay que decir era el aviso para la activación de los mecanismos de defensa de evitación o huida. Mirar si es básica, que el miedo neurológicamente está situado en el sistema límbico, el cerebro más primitivo que conservamos los seres humanos a través de la evolución.
Pero, eso, los humanos evolucionamos, y nuestras emociones con nosotros, y ya no es solo tiene la función de alerta para la supervivencia y adaptación al miedo. Nosotros, los seres humanos, que todo lo racionalizamos, también mezclamos la emoción básica del miedo con la complejidad del pensamiento. Lo que nos llevó a que pasara de ser de emoción básica a una compleja emoción. Ya no sólo tenemos miedo a los depredadores sino a nosotros mismos.
Uno de los miedos que tenemos las personas, el más grande -seguramente- es la pérdida de un ser querido. Es adaptativo de cara a la supervivencia, mayormente no, es más, puede llegar a ser muy desadaptativo, dependiendo de las consecuencias a donde se puede llegar con ese miedo. Se puede llegar a racionalizarlo -o desracionalizarlo- de forma tan extrema que ese sentimiento puede llegar a destruirnos, y no solo a nosotros, sino a la gente que nos rodea más íntimamente.
Pero los seres humanos hemos evolucionado, no solo en el miedo, sino también en combatirlo. No solo tenemos los mecanismos de evitación y huida, que para nosotros incluso sería los dos peores mecanismos en ciertos momentos, sino en enfrontarnos a él. Disponemos de mecanismos más complejos para hacerle frente. Simplemente hay que conocerlos y lo más dificil usarlos.
Pero, ¿cómo?. Primeramente, debemos saber el "sentimiento desagradable" que la emoción de miedo nos provoca; soledad, angustia, rabia, ... Muchos de ellos, fáciles de disminuir o incluso hacerlos desaparecer, con acciones como compartirlo o realizar actividades para descargar todas las sustancias nocivas que provoca físicamente sintamos esa angustia y rabia.
Sé que las madres que leen este blog, sienten estas cosas ante la posible pérdida de sus hij@s, digo madres, porque aún no he tenido consultas o comentarios de los padres, pero seguro que muchos habrá. Ceñíndome a un caso concreto que me han comentado estos días, y cuya madre siguiendo mi consejo de "nunca lloreis delante de l@s niñ@s", se puede llegar a acumular mucha angustia y rabia (mayormente síntomas fisiológicos) que por falta de tiempo, ayuda, ganas o lo que sea, no se contraatacan, por lo que se van acumulando y acumulando, y el sentimiento desagradable aumenta progresivamente, lo que puede llegar a ser muy nefasto en ciertos momentos, y en ciertos momentos críticos donde ya se debería haberse desecho de los mismos para tener tranquilidad y esperanza.
Suelo recomendar a estas madres -pero pueden practicarlos padres y otras personas que vean que lo necesiten- salir a pasear solas si quieren llorar, acompañadas si quieren desahogarse y nunca jamás con el/la niñ@, salir a correr, saltar a la comba, irse a un descampado a gritar, pegarle a un saco de arena, romper una vajilla,.... o hacer una actividad que les guste en su tiempo libre. Porque esa es otra, todo su tiempo es para su hij@ y no debería ser así, debería tener algún tiempo de la semana para ell@s, con su pareja, amig@s, ir a tomar un café, al cine, al teatro,.... Porque madres -y padres- también teneis que aprender que vuestr@ hij@ puede estar tranquilamente unas horillas sin vosotr@s, teneis que aprender a compartir su cuidado y a que se puede delegar ese cuidado a otras personas de vuestro entorno.
Espero, que esto os ayude en algo, no solo a los madres y padres, sino al resto de la gente que puede tener miedo.

sábado, 19 de febreiro de 2011

el primer día de instituto

He contado cosas de mi infancia y cosas actuales, pero aún no he contado nada de mi adolescencia.
No ha sido una época de mi vida muy buena, no ha sido malísima tampoco, pero no tengo la sensación de que haya sido importante en mi vida, o si lo fue, pero como no tengo muy buenas sensaciones de ella; prefiero obviarla. Quizás por eso, consciente o subconscientemente, mi disco duro haya degradado al fondo de su memoria esos años. 
En esos años, solemos estudiar en el instituto. Cuando yo fuí, aún existía el BUP (Bachillerato Unificado Polivalente) y el COU (Curso de Orientación Universitaria). Si los cursabas en edad normal, pasabas cuatro años que iban desde los 14 a los 18. Mi secundaria fue nefasta, es decir, peor que mala. No  me adapté al centro en el que me metieron, y al que yo no quería ir, ni me gustaba estudiar en absoluto. 
No contaré en esta entrada, y pueda que en ninguna otra, como fui arrastrando asignaturas de un curso para otro hasta que en un primer intento lo abandoné después de repetir el COU. Pero si contaré como nunca me adapté a un instituto que a pesar de que era público en cierta forma parecía privado. ¿En qué? os preguntareis, pues en los alumnos (la inmensa mayoría) que a el asistían. Casi todos eran lo que denominamos en España pijos. Que me perdonen amigas y personas que allí han ido a cursar sus estudios, pero era así. 
Llegué a un instituto donde la mayoría eran hijas e hijos de abogados, catedráticos, doctores, maestros, empresarios... que con sus posibilidades vestían mejor que yo (marcas) e miraban a gente como yo que vestía ropa del mercadillo y eramos más de pueblo. Con la edad sabes que no todos eran así, pero de aquella te sentías fuera de lugar. Pero no me quedó otra y fui allí a "estudiar".
El primer día de instituto descubrí otro mundo. Allí entré en aquel antiguo edificio de piedra que parecía más un convento que un centro de estudios de secundaria. Entré por la puerta donde había una lista donde te designaban el grupo de 1º de BUP y el aula a la que te deberías dirigir. Me dirigí al pasillo donde se encontraba mi aula y fuí descubriendo corrillos de muchachas cuchicheando con muchachas todas monas incluso maquilladas y con taconcitos (¡dios mío!) y muchachos hablando más alto con muchachos con sus pelos todos engominados (¡idem!), y lo peor de todo, todos se conocían de su colegio, y de mi colegio no iba nadie. Yo no conocía a nadie, no tenía amigas con las que cuchichear sobre nada, yo no tenía amigas ni nada sobre lo que cuchichear. Pero aún hubo algo que me alucinó más en ese pasillo, había una niebla difuminada a lo largo del mismo. La mayoría de las muchachas y más mayoría de los muchachos tenían entre sus dedos cigarrillos que entre cuchicheo y frase aspiraban para soltar el humo, ellas con una cadencia glamurosa de "este lapiz de labios realza su carnosidad" y ellos con un soplo más intenso de "nenas, aquí llegó el mas chulo de la ciudad". 
Aún así, tengo algo bueno que contar de ese día. Fue el día que volví a vivir plenamente después del duro postoperatorio de la Fontan. Había pasado un verano donde apenas salía de la cama y cada quince días ingresaba en el hospital con pleuritis. A partir de aquel día, madrugué y vivía el día a día para ir a "estudiar" al instituto y solo tuve una pleuritis más en el mes de enero (creo recordar).


domingo, 13 de febreiro de 2011

la entrevista


Cuando empecé a escribir el blog y luego ví la gran acogida que tuvo, un día con mi gente comenzamos a imaginar como sería si me hiciera famosa por el blog. A que televisiones iría, que países recorrería, etc. Eso con el tiempo, pero no pensaba que en poco más de dos meses me hicieran una entrevista para un periódico de Galicia. Como, está en gallego, la he traducido para que podais leerla.
 
 

NO CONTABA CON QUE SOBREVIVIRÍA, Y AQUÍ ESTOY.

Cada año nacen en Galicia unos 160 bebés con cardiopatía congénitas. Mónica Otero, hija de emigrantes retornados, vino a este mundo con una malformación de corazón que la hizo pasar varias veces por quirófano y llevar un marcapasos. Los enamorados no tienen la exclusividad de San valentín: la jornada de mañana es también de los afectados de este mal.
Cuenta mi madre que nada más nacer ya me metieron en una incubadora aún pesando más de tres kilitos tener buen color. A mi madre le dieron pocas alternativas, pero pasó el tiempo, los días, los meses, y los años. Y ya van 34...”
Lejos de ser un suplicio, cada cumpleaños es para Mónica más que un motivo de celebración. “Los médicos no contaban con que sobreviviera, y aquí estoy”, relata animada.
Su caso es el mismo que los de los 160 bebés que cada año nacen en Galicia afectados de un cardiopatía congénita. Mónica vino al mundo con un corazón a medias, esto es, con un ventrículo totalmente inutilizado. Pero ni cuando era una niña, ni en la adolescencia, ni en la universidad ni hoy, insertada en el mercado laboral, se sintió como “a enfermiña” que parecía ser. En el campo de futbol, como no podía correr, quedaba de portera; no dejaba de jugar al pilla-pilla, como todos, aún que “siempre me pillaban”; no le ha sido fácil sacar el BUP, pero “no por enfermiña, si no por perezosa”... Hoy sale a bailar hasta salir el sol, disfruta del sexo con su pareja y no se priva de viajar. Lleva una vida tranquila, a su ritmo, quien no quiera seguirla “que me diga donde me espera y ya nos encontraremos”, afirma, risueña.
Tiene su enfermedad totalmente asumida. “Es una cualidad que está en mi, no la puedo tirar a la basura. Sé que tuve una suerte que otros no tuvieron. ¿Que la asumo? Si. Yo digo que igual llego a vieja”.
Ventrículo (UV) con Estenosis Pulmonar (EP). Esa es su enfermedad o “eso decía mi madre cuando le preguntaban”. Gallega de pro, y criada entre Rianxo y Compostela, las circunstancias de la vida hicieron que Mónica naciese en París, allá por el año 76. Del vientre a la incubadora. Y sin muchos esperanzas, pero con una larga estancia hospitalaria hasta que pudo ira para casa, donde también estaba controlada. Cinco años después, se trasladó con su familia a España y encontró un hueco para ser tratada en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid.
En la capital francesa no se había contemplado la opción quirúrgica. Pero una vez llegada a Madrid todo fue muy rápido. A los seis años -cuando ya vivía en Rianxo- le hicieron “un cateterismo, y me intervinieron un año después”, me prepararon el corazón para, en un futuro y cuando creciese, le realizaron lo que se conoce como procedimiento Fontán, esto es, una conexión entre el corazón y los pulmones para regular el flujo sanguíneo. De hecho, ese “tubiño” le quedó al final un poco pequeño, y en algún momento puede desgastarse, pero por lo de ahora funciona bien. “Como dice mi cardióloga, mientras va, va”, bromea Mónica, cuyas limitaciones actuales se centran en el esfuerzo físico. “No puedo estar de pie mucho tiempo, porque me canso. Andando voy bien, pero a mi ritmo. Y como tenga que coger un peso sostenido... así que llevo una vida tranquila. Aunque vivo en un cuarto sin ascensor ¡y subo!” exclama orgullosa.
A parte de esas limitaciones, la infancia de Mónica fue, dentro de lo que cabe, normal, así lo deja claro ella misma en su blog “Diario de una Fontan” (mokinha1976.blogspot.com). No era la “enfermiña” que los vecinas y vecinos de Carballal (Rianxo) querían ver en ella. Lo confirma una amiga: “Puedo contar miles de anécdotas de la ´nena enferma` que non era tal... porque aunque se empeñaban en decirnos que estaba malita por su corazón, nunca vimos en ellas una niña triste mucho menos enferma... Los límites siempre los puso ella, y nunca dejó que eso le afectara en su relación con todos l@s niñ@s de la villa ni en su día a día” (extracto de una carta publicada en su blog).
A los nueve años, y ya recuperada de la primera de las operaciones, Mónica sufrió un absceso cerebral, de lo que también trataron en Madrid y que le dejó como secuela ataques epilépticos que hoy sufre con una frecuencia de uno al año, “más veces en épocas de estrés”, apunta.
Fue esa la principal razón por la que se trasladó a Santiago, por la proximidad del hospital en caso de crisis. “Venir desde allá (Rianxo) conduciendo 36 kilómetros con las carreteras que había...”, recordaba, para aclarar que los ataques se manifiestan con “convulsiones laterales a la parte derecha del cuerpo. Ahora ya las paso en casa, porque son parciales. Lo que si controlo es si me quedo inconsciente, para que llamen a la ambulancia”, dice.
Tras un cateterismo a los seis años, una primera operación a los siete años, llegada de Madrid, y una intervención por causa del abceso cerebral a los nueve años; a los trece se sometió al conocido como ´procedimiento del Fontán` y “a partir de ahí si me mejoró la vida. No estaba tan morada, oxigenaba mucho más, empecé a andar mejor... Ya tengo un tratamiento que me permite andar más ligeramente”, relata.
Mónica es hoy una adulta tratada por pediatras. Lo cuenta entre risas: “Nosotros no salimos nunca de pediatría, porque los especialistas de adultos son para cardiopatías adquiridas”, no sufridas desde el nacimiento. “Con 27 años -recuerda- fuí rebotada de Madrid al Clínico de A Coruña, a pediatría. Cuando llegué allí, nada más verme, preguntaron: ¿Y la niña? ¡La niña soy yo!
Mónica no tiene un primer recuerdo de su enfermedad. Es imposible cuando naces ya afectado. “Siempre estuve así, tu naces y ya te dicen ´enfermiña`. Es como si eres cojo desde pequeño. ¿Cual es tu primer recuerdo de cojo? ¡Yo he sido cojo todo la vida!”.
Tampoco recuerda sentirse discriminada. O si un poquito cuando al encontrarse con alguna vecina del pueblo que le preguntaba: “E logo ti de quen ves sendo?” (inciso: es una forma propia de preguntar en Galicia a que familias perteneces, por eso no la traduje) “soy nieta de tal. ¿Hija de quién? Y le decía el nombre de mi madre. Aiii... tú eres la enfermita, no?”, cuenta Mónica a quien todos conocen como Moka.
De su época de estudios se cuesta lo perezosa que se volvió al pisar el instituto y como fue arrastrando cursos hasta, con 21años, decidió que sería en la vida: “Llegué a casa y dije ´mamá, voy hacer una carrera`”.
Pasé por el instituto nefastamente -narra- pero no por mi dolencia sino porque pasaba. Lo típico era que dijesen: claro la pobrecita está enferma. ¡Pues no! ¡Era perezosa hasta decir basta!, afirma Moka. Cuando empezó el instituto le paso “como a muchos, que tienes que estudiar de verdad y no te apetece”. Así que no fue pasado los 20 años, y tras hacer el COU en horario nocturno, cuando accedió a la universidad. Y sacó adelante, a pesar de los problemas por el estrés -´me asfixiaba`-, la carrera de Psicología Educativa. De hecho consiguió una beca de estudios para ir a Granada, que le abrió las puertas a la independencia. Y así fue como Mónica marchó de casa.
Hoy, sentada en un bar de la zona monumental compostelana y compartiendo con ocio los secretos de su optimismo, se pone algo seria cuando tocamos el tema de los hijos. Su cardiopatía no le permite tenerlo por el elevado riesgo para el bebé. “el feto tendría falta de oxígeno durante los nueve meses, y eso si paso el primer trimestre. Además, es peligroso dejar la medicación, los neurolépticos por ejemplo, porque correría el riesgo de tener ataques”. Así que “el bebé tendría lesiones cerebrales o neuronales, y eso se sobrevive a los nueve de embarazo. No tendré hijos. Los médicos no me lo han prohibido, pero hay que ser responsables” afirma taxativamente. Además, y con lo complicado que está adoptar, disfruta de los sobrinos, a los que adora. “No los maleduco, los llevo a raya, en van a salir unos adolescentes rectos”, bromea Mónica.
En un tono más íntimo, nos cuenta que también disfruta del sexo con normalidad. Antes de probarlo, “yo me preguntaba... y el día que lo haga, ¿me pasará algo?” y comprobó que no. “Vas siendo consciente de lo que puedes y no puedes hacer. No tuve problema ni lo tengo hoy”.
¿Tienes miedo?” pregunta inevitable. Ella responde sin dudas: no. “Busco vivir y dormir con gente en la casa por el tema de los ataques, por si quedo inconsciente”. Pero fuera de eso, no tiene ningún otro temor. “Viví hasta los trece años de hospital en hospital. Como digo yo, un niño está enfermo cuando le duele, cuando lo van a pinchar, cuando le meten una sonda... Pero después, la vida es como cuentan en la película Cuarta Planta”. En el hospital, recuerda Moka, “juegas con las sillas de ruedas, como hay un pasillo largo...” narra.
Buenos recuerdos de una infancia que se suponía dura y de la que también ha extraido alguna revindicación: “Los profesionales que trabajan en pediatría, les tiene que gustar los niños”, porque deben afrontarse a lo que Mónica define como un ´paciente doble`: el niño y las familias, que “son un paciente más complicado”. Al especilista “le tiene que gustar y debe de tener mucho templanza, porque una madre cabreada...”.
La segunda enseñanza: “Las madres nunca deben demostrar debilidad ante los niños, son fuertes pero como vean a una madre llorar...”, opina Moka.
Le pregunté si la fecha de mañana, San Valentín, tiene un significado especial. Y claro que lo tiene. El 14-F no es exclusivo de los enamorados: es el Día Mundial de las Cardiopatías Congénitas, y como tal una jornada llena de significado para Mónica, que invita a poner un corazón en la foto de perfil de las redes sociales. Ella ya puso el suyo, por supuesto.
Llegando al final de la conversación, descubrimos algo más de la vida de Moka, que se autodefine como una persona ´práctica` y a la que le encanta escribir. De hecho, el blog es el primer paso de un reto en mente: escribir un libro a modo de guía para madres, que explicase “que los niños enfermos no están tan enfermos”, para eliminar esa imagen de ´pobriños`. “El niño es tan feliz en su santa inconsciencia. Si me tuviese que operar ahora, yo ya soy más consciente y oscreo que tendría mucho más miedo. Seguro que, a pesar de lo fuerte que soy, pienso, ´Ai, Deus, ¿y si pasa algo y no quedo tan bien?` ¡Bendita inocencia la de los niños!”

xoves, 10 de febreiro de 2011

re-acostumbrándome

Cuatro días de trabajo y hoy es el día que llegué menos cansada. Puede ser porque he salido antes (me echó el jefe, que se iban todos). Puede ser porque hoy no tenía compromisos y podía venirme directamente a casa. Quizás porque hoy comí en el comedor de la empresa y no me metí el tute de bajar a casa, comer rápido y volver para coger el bus y llegar a tiempo para la jornada de la tarde. 
Creo que yo y mi cuerpo se está re-acostumbrando a una nueva rutina. Madrugar y mucho, cuando despierto es aún noche cerrada, lo que me sigue dando bajón. Lo primero que hago es encender la cafetera que ya he dejado lista la noche anterior para tomar un café recién echo. Mientras sube a la segunda planta de la cafetera, me visto, me aseo, me pongo más mona (más que cuando iba a la biblioteca), y me sirvo el café con leche fría para poder metérmelo entre pecho y espalda en cuatro sorbos. Me lavo los dientes y cojo la bolsa donde ya tengo preparado esa cajitas de plástico herméticas (léase tupperware) donde se lleva la comida al trabajo. ¡Ala! a coger el bus y a trabajar por la mañana. Descanso de dos a cuatro, donde como y luego me doy un paseo si no llueve. El día que llueva tendré que buscarme una alternativa,  la más probable, leer. Jornada de tarde de cuatro a siete, y luego para casa. El resto del día para mí. Básicamente para descansar, viendo la tele, internet y contarle mi día a mis dos niñas.

luns, 7 de febreiro de 2011

independencia

Una de las cosas que nos hace sentirnos bien a las personas, es sin dudarlo, la independencia. Llegada una edad, es lo que deseas. Primero, en la adolescencia, como una forma de librarte de los pesados de los padres. Si, si, todos deseamos librarnos de ellos alguna vez. Después, ya deja de ser un deseo de apartarte de tus progenitores a un deseo para sentirte autorrealizada.
Yo me independicé por primera vez cuando iba a cumplir 25 años. Lo hice cuando el año que me fuí a Granada. Era un deseo mezclado aún de la inmadurez de la adolescencia de librarte de tu madre, de sus horas, de sus normas de casa, de con quién vas, con quién vienes, quién es esa, o ese, de quién llama, quién escribe, y el deseo de saber ya si realmente podía vivir sola, hacerme la comida, lavarme la ropa, organizarme la economía, llegar a fin de mes, no olvidarme de la medicación, además claro de hacer todo lo que me venía en gana sin dar una sola explicación a nadie. Personalmente significó mucho esa independencia. Puedo vivir sola.
Claro que eso no solo me lo demostré a mi misma. También lo pudo ver mi familia y mi madre. Nunca hablamos de ello. Pero estoy segura de que cuando me fuí a 1200 km de mi casa, al otro lado del país, mi madre no se quedaba muy tranquila. Por su mente pasaría pensamientos como los de "¿que comerá?, desde luego el pescado y la verdura ni la tocará", "se olvidará de la medicación", "seguro que andará por ahí hasta las tantas", no le voy a sacar de todo la razón, me olvidé algo la medicación, defecto de mi persona, el pescado lo justo, la verdura más, y si, cuando mis responsabilidades me dejaban me iba de fiesta y volvía a las tantas. Al final, creo que mi madre también pudo comprobar que no había sido tan malo, que a pesar de mi cabeza loca he sido bastante responsable.
Pero hubo algo que me sorprendió de mi independencia. El significado que le dió el cirujano que me atendió ese año en mi revisión anual. Cuando me planteó su pregunta favorita: - ¿qué tal te va la vida?.
- Bien,- le respondí- este año estoy en Granada con una beca.
- ¿Sola?
- Si, bueno no, con compañeras de piso.
- ¿Sin tus padres?
- Si claro, pero solo es un año - me apresuré a decirle cuando ví que el papel para el informe anotaba "es independiente"
- Es igual, lo importante es que te has ido de casa, aun que vuelvas (guiño de ojo), es muy importante que sepamos la vida que llevais, y que os independiceis es muy importante para nosotros.
Se ve que mi independencia era importante para más persona de las que pensaba.

venres, 4 de febreiro de 2011

odisea burocrática

Hoy tenía que presentarme en las oficinas de la empresa en la que me van a contratar a las 9:30 aproximadamente para llevar una documentación solicitada para el contrato. Así que a las 8:40 me planté en la parada de bus para no llegar tarde, y además comenzar a controlar la línea que usaré para ir a mi trabajo. cojo el bus y me planto en la oficina a las 9:15, y en la puerta de entrada cuando me dispongo a entrar me encuentro a mi futuro jefe, que me dió los buenos días y me dijo que el administrativo me esperaba. Subí, pregunté por el chico en cuestión y me preguntó si traía toda la documentación. Le traía todo lo que me habían dicho ayer por teléfono y un papel que yo supuse que había que presentar porque consideraba importante. Pues así era, pero resulta que tenía que llevar dos copias compulsadas. "- ¿Dónde lo compulso?". No se cortó en decirme: "búscate la vida". "¡Qué bien!" pensé. Además me mandó realizar otro trámite importante de cara a mi contratación. Luego me dijo que el martes comenzaba a trabajar a las 9:00. "Tráeme los papeles compulsados, que es muy importante". ¡Qué mañana me esperaba!, ¡y tanto!.
Volvía coger el autobús hasta una zona cercana a los dos sitios a los que decidí ir primero. Bajo del autobús y camino un pequeño paseo de casi diez minutos, bueno, por lo menos cuesta abajo. Entro en la primera Administración Pública (a partir de ahora AP) de ámbito local, y pregunto si allí puedo compulsar los papelitos. 
-Lo siento, aquí solo compulsamos documentación a la que damos entrada o que emitimos nosotros.
- ¿Sabe usted donde lo pueden realizar?
- No, pero prueba en este otro sitio. - Justo al que tenía que ir posteriormente a realizar el otro trámite importante.
Salí, crucé la calle y me dirigí al edificio en cuestión. A ver, información, información, donde está información, mira este guardia jurado. 
- Perdone, ¿sabe usted donde puedo realizar este trámite?
- En ese mostrador creo que le dan el número, señorita. 
Pasé de informarle que el tratamiento de señorita es ahora incorrecto, ya que está prohibido por machista, pero sinceramente, a mí me sigue gustando más que el de señora.
Cuatro pasos, siguiente mostrador.
-Perdone, ¿es aquí dónde tengo que pedir el número para este trámite?. Después de contestarme afirmativamente me dió un papelito con el número. - Su turno saldrá en esa pantalla.
-Gracias.
Estudié en que número estaba, y parecía que me iba a tocar pronto ya que solo tenía cuatro delante mía y así fué. En menos de diez minutos me senté ante la mesa de una señora joven que muy amablemente me atendió. Osé preguntarle si ella sabía donde podía compulsar los papelitos dichosos, a lo que me dijo, que probara en esta AP (una que ya tenía en la lista de posibles) o en esta otra. Bien, otra posibilidad, incluso más afín al tema.
Terminé el trámite sin ninguna incidencia y antes de volver a coger otro autobús para volver a ir a otra zona de la ciudad, sentí la necesidad de un café. Miré la hora, las 10:43, no era tarde, hasta las 14:00 está todo abierto, me tomaré un café tranquila. Crucé la calle y entré en la cafetería llena de gente. Bien una mesita vacía, para mi. Pedí mi acostumbrado café con leche con dos azucarillos mañanero. Desplegué el periódico y me puse a leer los titulares y parándome a leer más la noticia internacional que destaca estos días. 
Vamos, a por el siguiente autobús. ¡Qué bien!, llegar y besar el santo. El bus se presentó nada más acercarme yo a la parada. En eso, que mientras subo al autobús, meto la mano en le bolsillo. ¿Dónde está el bonobús? ¿el bonobús? Lo que me faltaba, perder el bonobús, ahora que lo voy a necesitar para ir al trabajo. Bueno, hay prisa, pago un euro, mientras me siento, sigo buscando el bonobús, nada lo perdí. Decisión: el lunes solicito otro.
Bajo, y decido ir primero a la AP que me sugirió la señora del trámite. Nada, paseito de casi quince minutos, cuesta arriba y cuesta abajo. Llegó y me dirijo a información. Me atiende un señor muy jovencito con un piercing en el labio (lo que le dá imagen de funcionario enrollado). 
- Mire, perdone, ¿sabe usted dónde podría compulsar esta documentación?
- Aquí no compulsamos documentación. Lo tiene que compulsar un notario.- Cosa que ya me había dicho la señora de la AP local, y que yo sé que no es así, por ley, que me lo tuve que estudiar para las oposiciones.
- Pero es que es una documentación que al final van a enviarla aquí, y en los otros sitios me dijeron que las documentaciones que entran y salen de su organismo, la compulsan ellos mismos.
El chico me miró con cara de, "ah, si?" y me dijo que preguntara a su directora. Me dirigí al despacho que me había indicado, dí unos golpecitos en la puerta, -¿Si?. Abriendo la puerta un poquito con timidez y dispuesta a preguntar si podía pasar, -Espere fuera un momentito.- Estaba con alguien, esperé a que saliera y este ya me indicó que podía pasar.
- Buenos días. - Me saludó educadamente una señora de mediana edad con cara muy sería. - Dígame.
- Pues mire, yo quería compulsar esta documentación para este otro asunto, y en esta AP y esta otra AP, me dicen que ellos no son los competentes.
Me cogió los papeles y los miró, volvió a mirarme y dijo: -Esto lo tiene que llevar esta AP, ellos debería tener que compulsártelo. 
Ya me imaginé ir de vuelta hasta otra punta de la ciudad, o a saber donde, mientras la señora buscaba el número y llamó a la AP,  que le remitió la llamada a otro departamento y esta a otro departamento. La señora estaba haciendo lo mismo que yo, ir de un lado para otro, pero desde su silla de oficina. Como a la tercera va  la vencida, en el tercer departamento, le informaron que allí me lo compulsaría. Apuntó la dirección con una letra que tuve que preguntarle para descifrarla, y resultó que a donde me mandaba era allí al lado. 
Otro paseo de diez minutos y listo. Fué en ese momento donde por mi cerebro pasó el pensamiento "quién me mandaría a mí ponerme botitas con taconcito para causar buena impresión en la oficina".
Me presenté donde la dirección. Esta vez me atendió muy amablemente una señora joven, creo que más joven que yo. Ella sí podía compulsarme la documentación, y así lo hizo. Bien, por hoy terminé. Hasta el lunes que tendré volver a solicitar mi bonobús perdido, no piso una AP.
Ya sólo me quedaba el paseo de casi media hora para casita. Mierda de taconcitos. Pero por fin os estoy contando esto con unas zapatillas de casa. ¡Qué gustazo!

martes, 1 de febreiro de 2011

granada

Ya sabeis que he pasado un año en la Granada, o como la llaman allí, Graná. De mi instancia allí puedo contar mil cosas, pero hoy hablaré de la ciudad. Más bien hablaré de la ciudad como yo la recuerdo. No en vano ya casi ha pasado una década, y en diez años las ciudades cambian, y la memoria truca los recuerdos.
Yo vivia en la Calle Real de Cartuja a unos minutos de Puerta Elvira (foto).  Bajaba hasta allí para traspasarla. Desde allí iba a la plaza donde estaba el Cebollas Palas. El Cebollas Palas era un bar, más bien garito o antro donde destacaban fotos de famosos como Miguel Ríos o Karina cuando eran jovencísimos, donde te ofrecían unos litros de tinto de verano que te ibas a beber en reunión con los amigos en la plaza (del que no recuerdo el nombre) hasta que la Ley del Botellón ese año nos fué fastidiando el invento. Desde esta puerta también se accedía a la calle del mismo nombre, Calle de Elvira. Era una calle que se recorría hasta la Plaza Nueva. Una calle que me gustaba caminar, con casas bajas y blancas, unas con negocios pequeños y familiares, otras con pubs ya que era zona de marcha y otras directamente abandonadas. 
Recorriendo dicha calle en esa dirección hacia la izquierda se sitúa el barrio del Albaicín. Puedes coger cualquier calle y ponerte a callejear cuesta arriba y cuesta abajo por sus calles con cantos rodados, muy falsos cuando llueve (dos esguinces sufridos lo pueden atestiguar) entre casa blancas pequeñitas al lado de grandes cármenes (casa típica de Graná). Pero es casi al final de Calle de Elvira, donde a la izquierda puedes subir por una de sus calles más famosas, la calle de las teterías, de la que realmente nunca he sabido su nombre real. Esa calle se distingue por sus teterías árabes, donde descubrí el té paquistaní con leche, uno de los que personalmente más me gustaba y sus dulces típicos. En esa calles había, y supongo que sigue habiendo, también tiendas de recuerdos (léase tiendas de souvenires) donde podás encontrar de todo para decoración de estilo árabe y cachimbas por doquier.
Subiendo por esa calle, y siguiendo callejeando y callejeando cuesta arriba siempre, solías llegar al Mirador de San Nicolás (foto) donde puedes admirar la majestuosidad de La Alhambra. Ese mirador, sencillamente es mágico. No solo porque todos los turístas se acerca para sacar la foto perfecta, sino por el ambiente que tiene tanto de día como de noche. Siempre gente, siempre la señora vendiendo castañuelas y aprendiendo a los guiris como se tocan, siempre hippies vendiendo sus artesanías, alguien tocando la guitarra, o el bongo, o el acordeón, alguien dibujando, alguien haciendo malabarismo, alguien bebiendo cerveza, alguien fumando sustancias ilegales, alguien ...
Pero sigamos en Calle de Elvira, que si la seguimos hasta el final, aparecerá la Plaza Nueva (foto antigua). Cuando aquel año comenzó la primavera solía ir allí comprarme un helado y comérmelo sentada en un banco o siguiendo una caminata por la Carrera del Darro o también llamado Paseo de los Tristes. Es un paseo que se recorre por un margen del Río Darro. Hacia un lado casas grandes ya de otra época, que no son blancas sino de piedra, al otro el sonido del río amortiguado por la gente, mayoría turistas. Si te asomabas al muro podía distinguir patos y otros animales y desgraciadamente también suciedad, si alzabas la vista, podías ver como al otro margen del río se encontraba la colina donde se alzaba La Alhambra.
Volvamos a la Plaza Nueva desde donde accedías al barrio de Realejo, y por la Cuesta de Gomérez te podía adentrar ya en la zona de La Alhambra, donde yo normalmente accedía por la Puerta de la Justicia las dos veces que fuí a visitarla. ¿Qué contar de La Alhambra? Decir que es magnífica es poco. No existen adjetivos calificativos que puedan describirla acertadamente. Lo que sí voy a contar es que realicé un visita nocturna que organizaban por los Jardines del Generalife. Recuerdo que fue en el mes de abril, cuando la primavera está en todo su esplendor. Al ser visitas en pequeñitos grupos y el guía tuvo la consideración de no hablar, el  grupo íbamos en casi perfecto silencio, por lo que podías detectar el rumor de la brisa en medio de la ramas y  el del agua de las fuentes, y todo el olor o las mezcla de olores que te penetraba por la nariz, y todo eso con una luz tenue y un cielo despejado donde se podía divisar la luna llena que le tocaba por fase. Era otro mundo, como su viajaras a través del tiempo a la época donde los árabes aún la habitaban.
Ya en otra zona de la ciudad se encuentra la judería al lado de la Catedral. Lo que voy a decir ahora va herir el orgullo de los granaínos, pero la Catedral me ha defraudado. Lo que más me ha decepcionado fue su emplazamiento, entre calles, sin plazas a su alrededor desde donde poder contemplar alejada las fachadas completas. En el barrio donde está ubicado, hay minicallejuelas donde pasar era toda una odisea debido a la gran cantidad de turistas que se solía acumular para hacer sus compras en las tiendecitas de recuerdos. Otra cosa típica de esa zona, son las gitanas ofreciéndote una ramita de romero para la buena fortuna, que con perdón, si educadamente la rechazabas se ponían pesadas, pero "mú pesás". De esa zona también destacar la Plaza Birrambla, no solía ir, pero en ella hay unos puestecitos de flores muy bonitos.
Podía hablar más de Graná, de la Plaza de Triunfo, de la Calle Colón, de Mesones (donde están la tiendas de Inditex), y como no, del Parque de Federico García Lorca, digno de visitar, preferentemente en primavera.
Ahora una cosa os digo para terminar, lo mejor de Graná eran sus tapas. Eso de poder comer y cenar a precio de un par de consumiciones, no se paga ni con la mastercard.
 

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