martes, 19 de abril de 2011

los viajes a madrid (primera parte)

En las páginas que visito de cardiopatías congénitas, algunas personas han comentado lo poco que le gusta ir a las revisiones por miedo. Otras también han comentado que se tiene que desplazar grandes distancias. Esto último lo compartía. Cuando aún me llevaban en Madrid, tenía que recorrer más de 600km para ir a las revisiones. Pero lejos de ser para mí un suplicio, era toda una alegría. ¡Me iba de viaje! Cada año esperaba esos dos días de viaje a Madrid con unas ganas tremendas. En cualquier época, la niñez, la adolescencia, cuando ya he ido de chica, me encantaba ir.
Cuando era niña, de lo que más me gustaba era ir en el tren. Íbamos (siempre me acompañaba mi madre) en el Tren-Hotel Rías Altas. Viajábamos en litera, que en aquella época eran seis. Siempre las de abajo, no vaya a ser que la niñita se cayera. Me encantaba ir en el pasillo, así veía todas las personas que iban en el tren y si podía usaba la excusa de mi edad para hablar con el primero que me sonreía, cosa que a mi madre nunca le gustó y en cuanto podía me sacaba del pasillo y me metía en la litera a dormir. Dormía toda la noche, hasta que una hora antes de la llegada nos tocaban la puerta para ir preparándose, y me lanzaba de nuevo al pasillo donde ya estaban las primeras personas echándose el primer pitillito mañanero, porque de aquella se podía fumar en ciertas zonas de los convois.
La primera mañana era una odisea. Llegábamos a la Estación de Príncipe Pío o también llamada Estación del Norte. Actualmente, esa estación es un centro comercial. Llegábamos, y después teníamos que cruzar medio Madrid en metro o en cercanías para llegar al hospital y, a todo esto, aun cargadas con la maletita, bueno vale, la cargaba mi madre. Llegabamos y nos dirigíamos a todo correr a donde las enfermeras a ver si teníamos la suerte de que aún no se fuesen a desayunar. Casi nunca tuvimos esa suerte. Teníamos que esperar a que volvieran de desayunar y nos dijeran que teníamos que llegar a las nueve que era la hora que teníamos la cita para coger los volantes. A ver quién se lo dice al maquinista del tren. Al final, nos daban los volantes; análisis, Rx-toráx, ECG y ECO. Primero análisis, que la niña aún estaba en ayunas. Llegábamos, se había acabado la hora de extracción, pero ya se sabía la canción de que los de fuera siempre llegan tarde y había una enfermera te pinchaba. Os voy a confesar algo, era el único momento que lo pasaba mal, y las montaba, porque yo era muy buena, pero cuando había una aguja por medio, me convertía en la terrible Hulka. Eso sí, al final me pinchaban.
Llegaba el momento de desayunar. Nos íbamos al sírvete tú mismo (léase self-service) del hospital, y mi madre me dejaba cogerme un pastel con el cola-cao. Come rápido niña que aún nos queda el resto.
Venga corriendo, hazte la placa. Ponte de frente, las manos en la cadera, pégate bien a la placa, "¡qué fría está, leñe!; - Cuando yo te diga aguanta la respiración niña - te decían, y seguían - respira, no respires, ya puedes respirar. 
- Ponte de lado,brazos arriba. ¡Uy, si ya te lo sabes!. Pégate bien, respira, no respires, ya puedes respirar. 
Tú mamá te vestía corriendo, corre, corre, al electro. Puro trámite, porque te lo hacían nada más llegar. Eso sí, vuelta desvestirte.
- Ahora quieta, no te muevas nada.- Caca, moví el ojo.
Vístete, corre, al ECO. Aquí a esperar hasta que te toque. Te toca, desvistete. Se hacía en una sala semioscura y además era mucho tiempo, casi estaban media hora andándote con esa cosa por tu cuerpecito para ver manchas incomprensibles en una tele. A mi me venía muy bien, porque siempre me dormía una siestecita. - Venga Mónica ya hemos terminado, vamos a llamar a tu mamá, te vistes y te vas ya.
Así era la mañana. Si quedaba tiempo, íbamos a llevar la maleta a la pensión dónde solíamos pasar la noche, sino comíamos antes, en le sírvete tú mismo, y cogía lo que me daba la gana, porque mi madre esos días me consentía de todo. Si, si, incluso un pastel de postre.
Las tardes de esos viajes eran de paseo. Visitábamos algo de Madrid, o íbamos a un centro comercial cerca, La Vaguada, que ya forma parte de mi vida. Hace mucho que no voy, pero tengo que reconocer que cuando voy aún me recorre algo por el cuerpo, y eso que ha cambiado con los años.

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